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lunes, 30 de noviembre de 2015

Gomas Espectrales

Pues como decían las abuelitas, quienes luego de las borracheras que se metían los hijos de sus hijos, eran las que primero regañaban, pero las que salían al auxilio al día siguiente; inventándose los menjurges necesarios para aliviar el malestar crónico del necesitado. 

No está de más aclarar que a estos síntomas post-ingestión de licor, se denomina comúnmente por la población como... GOMA.

“A la mierda los efervescentes”- decía Martín. El atol blanco o el caldito de huevos que le hacía su abuela era el elixir de la vida, con el cual, luego de tomar la dosis respectiva de dignas recetas llenas de sabiduría por parte de su abuela, procedía a dispararse la primer cervecita del día.

Lo más crítico era los fines de semana, cuando Martín se iba de farra jueves, viernes, sábado y domingo por la mañana. Todos los días, bueno... Todas las madrugadas, a eso de las tres de la mañana, Martín regresaba prácticamente rebotando de pared en pared cuando entraba a la casa en un estado etílico que según su abuela, era un récord mundial, por todo lo que Martín se metía de alcohol en el organismo.

Nunca se explicaba la abuela de Martín, de cómo le hacía para llegar en ese estado a la casa luego de conducir su vehículo las distancias que recorría en esas noches de farra, en donde se iba a la Antigua Guatemala (a cuarenta kilómetros de la cuidad capital), o bien se iba al lugar de moda Cayalá en la zona 16, o cuando le agarraba la sed cervecera, se metía en el primer antro que encontraba. “Ahora en estos años luego del dos mil, se encuentran lugares por montón”-decían los jóvenes.

La abuela desesperada le increpaba..”dejá el guaro... De bolo murió tu abuelo antes que nacieras. Ese carbón vivía zampado en esos bares de la sexta avenida y siempre venía azurumbado sin saber cómo le hacía para llegar, hasta que un día al pobre, de bolo, frente al parque central lo atropellaron. Yo digo que el cadejo se lo ganó, aunque ese chucho dicen que cuida a los bolos. O a lo mejor la siguanaba se lo llevó por andarse cantineando a patojas el viejo verde.” Recordando así la abuela, lo sufrido con su marido, que en paz descansara; con quien, por lo visto había pasado temporadas de cuidar bolos.

Martín hacía caso omiso a las historias, aventuras y desmanes que le contaban de su abuelo, ya que decía que se lo decían para que el dejara la bebida. Además que nunca conoció al “famoso” abuelo, ya que este pobre murió un mes antes que naciera Martín.

Martín era trabajador. Contaba con estudios de maestría y un puesto importante en una institución privada que se dedicaba a dar servicios de estudios de mercado. A sus veinticinco años, ganaba muy bien, era soltero (pero con novia, María; fiel acompañante)y un gran futuro por delante. Pero el dinero lo hizo perder el norte con vivir metido en parrandas, borrachera tras borrachera.

Tanta parranda le pasó la factura. Durante los últimos meses, la abuela se enteró que Martín había cambiado sus puestos de actividad, estableciéndose en los bares del Portal Del Comercio, en el mero centro de la ciudad, con nuevas amistades. Lo bueno decía María, es que estas nuevas amistades lo aconsejaban y cuidaban para que Martín no se metiera esas semejantes borracheras que ya estaban acostumbrados a ver. Pero aún así, Martín seguía o incrementaba el consumo.

Ya la abuela no le quedaba más que resignarse y esperar que un día llegarán a darle la noticia de que Martín lo habían encontrado tirado en algún lugar, ya sea muerto por bolo o accidentado.

Eso nunca pasó, y luego de seis meses, la abuela de Martín se fue con unas primas al departamento de Quetzaltenango. Con la preocupación de Martín, pero la abuela decía: “hierba mala nunca muere”. Esto adicional que estos nuevos amigos, cuidaban y trataban de que Martín no cometiera imprudencias.

Ese fin de semana, que Martín se sentía liberado de la presión de su abuela, agarró una farra de aquellas buenas, bebió hasta no más. María solo se dedicó a ser simple espectadora ante semejante espectáculo. Los amigos hacían lo imposible para tratar de llevarse a Martín de los antros, en fin; Martín andaba desatado.

Uno de sus amigos Eduardo, logró convencerle de irse. Le decía que su abuela no estaba, y que ella seguro estaría preocupada ante el comportamiento que Martín estuviera llevando a cabo.

Lograron sacar a Martín de los antros del Portal Del Comercio y lo llevaron a su casa. Eduardo le dijo a María que al día siguiente llegaría a ver cómo le amanecía el hígado luego de la borrachera que se había pegado.

Y así fue, María por un inconveniente en su trabajo no podía llegar a ver a Martín, pero quedo mucho más tranquila al saber que Eduardo estaría visitando a Martín.

Para sorpresa de Eduardo, al llegar a casa de Martín, él le abrió la puerta con un gesto demacrado y terrible. La goma lo estaba matando. Lo único que logró articular Martín fue: “La goma me tiene abrazando el inodoro”

Eduardo rió y le dijo: “lo mismo me pasaba en mis épocas de farra, lujuria y desenfreno”. Precisamente, según contaba Eduardo a Martín y María, el tuvo épocas difíciles con el alcohol pero que había logrado regenerarse y ahora trataba de ayudar a los que estuvieran pasando por esas crisis.

Eduardo estaba preocupado, ya que luego de llevarle bebidas hidratantes, prepararle bebidas calientes o “pociones” a base de jugo de tomate, Chile y cerveza; no lograban restaurar el estado de Martín.

En una de esas vomitadas, el flujo llegó a los pulmones de Martín, creándole así un paro respiratorio que lo dejo tendido, solo y prácticamente.... Muerto.

Eduardo rápidamente salió de la residencia y tomó rumbo desconocido.

María al salir del trabajo, al no tener noticias de Martín, salió rumbo a su casa. La abuelita le había dejado copia de una llave, para que pudiera entrar. La sorpresa fue terrible, al encontrar el cuerpo de Martín, tirado a la entrada del baño, envuelto en trapos vomitados, pálido y sin respiración. Confirmando así, que Martín había fallecido.

María llamó a todos los que pudo. Algunos fueron contactados, la abuela recién acababa de entrar de Quetzaltenango, consternada y despedazada por el final de su nieto, muy similar al de su amado Guayo.

La abuela, seguía contando y comparando la historia de su amado Guayo y la de su nieto. Tuvo el valor de ir a sacar un álbum de fotografías que tenía guardado en el closet, para enseñarle a Maria y algunos amigos fotografías de Martín desde niño. 

Aprovechando que todos estaban poniendo atención y comentando anécdotas y vivencias, la abuela emocionada siguió buscando fotografías y enseñando de todos los ángulos y escenas. Cuando una de ellas llamó la atención de María, parecía algo vieja la imagen pero no pudo contener la curiosidad y dijo...”Eduardo ¡!!”

“Si.. “ le respondió la abuela tranquilamente. “Esa fotografía es de cuando estudiábamos en la universidad con mi Eduardo, mi Guayito” 

María guardó silencio y ya no quiso opinar, pero algo si era seguro es que el Eduardo que ella conoció en esas noches de parranda, era el abuelo de Martín que lo estaba cuidando y esperando en el más allá.













sábado, 28 de noviembre de 2015

VIRGILIO


Año dos mil y algo, caminar todas las mañanas hacia el trabajo en medio de la jungla de concreto de la avenida Reforma, en donde aún se ha mantenido uno que otro árbol que aún le da el toque verde natural a la ciudad capital; esquivando a los motoristas que andaban zigzagueando en la avenida o bien, teniendo precaución con la imprudencia de los camioneteros, que con tal de ganar pasaje, rebasan a diestra y siniestra sin importarles las vidas que ponen en riesgo estos cafres del volante.

Aún con este recorrido “arriesgado” que diariamente tomaba Virgilio, quien desde lo que era su casa ubicada en la doce avenida y diecisiete calle de la zona uno; caminaba todos los días para llegar a lo que era su lugar de trabajo ubicado al lado del antiguo edificio del Banco Del Café (Bancafe).

Durante el recorrido, todas las mañanas disfrutaba pasar al lado del estadio nacional Mateo Flores, sobre el lado de la preferencia en la dice avenida, donde recordaba siempre las idas al estadio cuando la Selección Nacional y los “rojos” del Municipal, tenían equipos competitivos y eran dignos representantes del fútbol nacional. “Ahora son una basura” decía Virgilio, “se las llevan de europeos, ganan miles y pierden todos los juegos”... Continuaba increpando.

Pero recordaba esas idas al estadios durante los años ochenta,, cuando los juegos eran intensos y la gente no era violenta, cuando los clásicos se vivían con pasión y no habían trifulcas; solo insultos y tiradas de cáscaras de naranja. Aquellas naranjas jugosas con pepitoria, sal y Chile en polvo.

Aquellas épocas, vivencias para contarlas a los hijos de nuestros hijos, otra cultura, otra actitud, que en los tiempos actuales se ha ido perdiendo.

Luego de pasar frente a esta magna instalación deportiva, al avanzar unos cuantos metros, pasaba al lado de las canchas de basquet y del gimnasio de la ciudad deportiva, en la zona cinco de la ciudad capital.

Siempre trataba de salir temprano para pasar justo a la hora en que jugaba el equipo de un colegio de prestigio ubicado en la décima calle de la zona uno... “Cuerazos” decía Virgilio, en especial por una jovencita de no más de dieciocho años, quien siempre entrenaba con un pantaloncillo ajustado proyectando su perfección de piernas como si fueran moñas, su pelo castaño rizado recogido y agarrado por un gancho, los ojos color miel de mirada profunda y su sonrisa permanente de dentadura perfecta, disfrutaba del juego.

Virgilio, luego de tantas rutas diarias que tomaba, desde el día que vio jugar a Carmencita, como le decían las compañeras de equipo; una que otra le decía “tenchita” situación que a ella no le molestaba y que a Virgilio le provocaba risa todos los días.

“Muy jovencita para mí” pensaba Virgilio. Él, mayor de edad, siempre caminaba con su traje impecable de color gris, su corbata azul marino, bien afeitado. A pesar de su elegancia, nadie le ponía atención. Las personas que pasaban a su lado diariamente, aunque fueran conocidas, no le ponían atención.

Nunca se animó a hablarle a Carmencita, ella ni atendía las miradas diarias que Virgilio le brindaba, miradas de ternura y cariño, admiraba a la jovencita deportista. Nunca se le insinuó, respetó su espacio y la dejó vivir.

El tiempo pasó y Virgilio mantenía su recorrido para poder disfrutar y amar en silencio a Carmencita. Virgilio en voz baja decía: “Algún día te fijaras en mi, y te demostraré lo mucho que podría hacerte feliz”.

Llegó el día en que Virgilio llegó al mismo punto y no volvió a ver a Carmencita. Nuevamente le había sucedido, se había enamorado de un imposible.

En su desesperación ya conocida, Virgilio decidió cambiar ruta y así buscar olvidarse de ella, de Carmencita, de quien nunca más volvió a saber. Pensó que en algún momento de la existencia podría encontrarse con ella. Pero no. De las que siempre se enamoraba, nunca las volvía a encontrar, ellas pasaban su vida por esta tierra mientras Virgilio, siendo un alma en pena que falleció durante una pelea a la salida del estadio, por defender a una dama de la que estaba enamorado, luego de un clásico, se mantenía errante, esperando encontrarla ya sea en esta o en otra vida.





viernes, 20 de noviembre de 2015

RUNNERS NOCTURNOS

 
 
HOLA, LA SIGUIENTE HISTORIA ES PURA FICCIÓN, LOS PERSONAJES SON INVENTADOS ASÍ COMO LA HISTORIA, TODO ES PROPIEDAD Y RESPONSABILIDAD DE LA MENTE DE ESTE SERVIDOR. TRATANDO DE AMARRAR REALIDAD CON EVENTOS QUE NO EXISTEN O EXISTIERON, PERO QUE NO SE SI EXISTIRÁN. LOS 10K NOCTURNOS SI EXISTEN.

 
 
La primera vez que anunciaron una carrera nocturna en la ciudad capital, fue un hechizo para los corredores de corazón que por primera vez tendrían la oportunidad de participar en una competencia de carrera de diez kilómetros de distancia, la cual recorrería todo el casco urbano de la ciudad capital. Recorriendo las calles principales; saliendo de la calle frente del edificio de la  Municipalidad de Guatemala, enfilando sobre la séptima avenida de la zona uno, tomando el retorno frente al Palacio Nacional de Guatemala y tomando así la sexta avenida o ahora conocido como Paseo de la Sexta en la zona uno, así pasar la frontera entre la sexta avenida zona uno para pasar a sexta avenida de la zona cuatro, y así nuevamente pasar de la sexta avenida de la zona cuatro a la sexta avenida zona nueve, y luego buscar el retorno sobre la trece calle hacia la reforma, para tomar el,rumbo de regreso y finalizar los Díez kilómetros frente a las instalaciones del edificio municipal.

Ese tema de las zonas que podría volverse algo confuso para los no habitantes de la ciudad de Guatemala, obedece a que durante los inicios de la Nueva Guatemala de la Asunción, denominaron Zona Uno, a la parte céntrica de la ciudad, partiendo como punto cero el parque central. Luego se fueron creando esas “zonas” según fue expandiéndose la ciudad, es por ello que está famosa Sexta avenida atraviesa en línea recta las ciudad desde la zona dos hacia la zona nueve frente al Reloj De Flores.

La cosa es que durante el recorrido de esta competencia, se iluminan, durante el recorrido, los  monumentos o lugares de relevancia histórica o emblemáticos de la ciudad capital de Guatemala. Haciendo así un recorrido que año con año atrae a miles de corredores; algunos que se logran inscribir y otros que ante la limitante de números, se anima a correrla sin la oportunidad de recibir la codiciada medalla de participación.
 
Cada año, Arturo logra inscribirse y así lograr número para participar en esta competencia. Siempre se presenta hora y media antes de la competencia para conseguir un puesto de parqueo en una torre financiera cercana a la municipalidad, en donde realiza sus ejercicios de calentamiento para estar preparado físicamente al inicio de la competencia.

Es tradicional que muchas personas, en esos eventos es cuando se logran ver y saludar personalmente; aquellos comentarios que se escuchan: “puches vos, solo cuando hay carrera nos vemos” o bien, “solo acá nos encontramos”... Entre otros.

Eso le pasaba a Arturo, quien por su ritmo de vida profesional, tenía limitaciones para tener vida social activa, y precisamente estos eventos era en donde establecía contacto con amistades o conocidos.

Cada año, Arturo, coincidía con varios estos amigos y conocidos, pero cuando dio inicio esta competencia, conoció en el parqueo del sótano de esta torre financiera a Daniel, con el cual hicieron “click” ya que ambos eran adictos a las carreras. Para ellos era un sentimiento especial la carrera de diez kilómetros nocturna, les emocionaba recorrer las arterias capitalinas ante el calor de los aplausos y el ambiente tan acogedor que está competencia brindaba.

Normalmente se  encontraban en el parqueo y al final de la competencia en las instalaciones de la municipalidad, donde siempre había música, alegría, fotografías y todo un ambiente de alegría, hermandad y amistad entre los competidores.

Daniel decía que prefería correr sin número, ya que al parecer no le gustaba pagar y solo correr por amor al deporte. Todos los años corría siempre con una playera sin mangas de color rojo y verde. Arturo por educación nunca le preguntó del por qué cada año siempre usaba la misma prenda. Pero como si Daniel le leyera la mente, en la carrera del año 2014, le comentó sin querer queriendo, que esa playera la utilizaba en memoria de su padre que había fallecido años atrás de un infarto luego de un entreno para competir en una maratón internacional. Es por ello que en cada competencia en la que participaba, siempre usaba la última prenda que su padre había utilizado, esto para honrar su memoria.

Durante el recorrido era la primera vez que ambos llevaban el mismo ritmo y se fueron juntos los diez kilómetros del trayecto. Ingresaron juntos a la meta y Daniel le brindó un fuerte abrazo y se prometieron volver a verse el próximo año, como siempre lo hacían; rieron, bromearon y se molestaban en referencia a que solamente para esta carrera se miraban.

Llego el evento del siguiente año (2015), y nuevamente Arturo, con el ritual anual; llegó al parqueo de la entidad financiera hora y media antes de la competencia para poder realizar los ejercicios de calentamiento antes de la carrera.

Justo luego de la entonación del himno de Guatemala, el alcalde de la ciudad, antes de dar el banderazo de salida, dedicó un minuto para honrar a dos grandes corredores que habían sido grandes atletas y que pusieron en alto el atletismo del país y a quienes dedicaba la carrera.

En la pantalla gigante que utilizaban para transmitir el cronómetro de cuenta regresiva, aparecieron dos fotografías. La primera, la de un gran atleta que durante un entrenamiento previo a una maratón había sufrido un paro cardiaco y había fallecido; luego la otra fotografía, la del hijo, quien durante una competencias, sufrió de un desvanecimiento por insolación y deshidratación, había fallecido hace diez años, y este personaje era Daniel.

Arturo, mudo y desencajado, logró divisar a los familiares a quienes les estaban entregando los reconocimientos y las honras. Les pregunto respecto a la vida de Daniel, y los familiares, sin prestar asombro, le comentaron que Daniel era un corredor que nunca pudo hacer un compañero de carreras, y que su sueño siempre fue el de encontrar a alguien que terminara una competencia con él.

Luego de la conversación, Arturo se retiró incrédulo, pensando y concluyendo que ayudó a un alma del más allá a cumplir su sueño y recordó ese último abrazo que se dieron en la carrera del año anterior.
 

















viernes, 13 de noviembre de 2015

DESTINO EN EL MÁS ALLÁ

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millenio.wordpress.com
Todos los días por las mañanas, preparándose para salir a trabajar, preparaba sus visitas, la ruta a recorrer; configuraba su tablet (ahora accesorio de suma utilidad portátil en estos tiempos en donde la tecnología ha invadido Hogares, trabajos y todo estilo de vida de las personas), así también preparaba sus tarjetas de presentación y otros documentos en los cuales se plasmaba la firma al momento de cerrar la negociación de los servicios que Roberto ofrecía día a día, siendo estos los temibles y aves de mal agüero servicios funerarios.

Roberto ya estaba acostumbrado a que la gente le ignorara cuando ofrecía los servicios, era algo normal para el; siempre se decía: “siempre los necesitaremos algún día entonces los que no me atendieron hoy, regresaran mañana”. Y esa era su frase de auto-motivación para salir todos los días a la calle, a buscar clientes potenciales.

Por la misma profesión, hasta las mujeres le huían, ya que le tachaban de ser de mala suerte si alguna mujer se animaba a ser pareja de Roberto. De igual forma, para él, no era un asunto que le preocupara, también decía: “Siempre hay un roto para un descosido” y no perdió las esperanzas de algún día encontrar su media naranja. Él vivía solo, y su necesidad de tener compañía incrementaba día a día.

Para conseguir clientes no buscaba nuevas rutas o ciudades, siempre tenía la confianza de encontrar gente nueva en la calle que siempre frecuentaba, bulevar Los Próceres. Todos los días encontraba, cabalmente; clientes nuevos, de treinta que encontraba cada día, con suerte uno era con el que cerraba negocio a la semana.

Almacenes, restaurantes, farmacias; ejecutivos, profesionales, desempleados. De todo encontraba. Ese día decidió entrar a una venta de vehículos que le habían referido, precisamente pudo contactar a varias personas y aún así le faltó entrevistar a otros trabajadores y acordó llegar al día siguiente. En ese primer día logró cerrar los negocios de un mes y por supuesto que estaba entusiasmado.

Al día siguiente regresó y retomó el contacto con otros trabajadores, uno de ellos, una dama impecable, de unos treinta años de edad, la cual Roberto no sólo logró cerrar el negocio con ella, sino quedo también hipnotizado por la profunda mirada de sus ojos de mirada profunda, por respeto y ética no decidió empezar el cortejo. El continuó su rutina, sin quitar de su mente a esta dama que lo cautivó. Finalizó el día y había logrado cerrar más negocios. “Ayudé a mucha gente el día de hoy” decía a sí mismo.

Al llegar a las oficinas de su trabajo para registrar los negocios, pudo percatarse que el formulario de la dama impecable, de la cual se había quedado impactado y de la cual se dijo “es mi media naranja”, no llevaba la firma de ella. Roberto se recriminó “Bruto que soy, por estar mirándola puro lelo, se me fue pedirle la firma”. Pero luego recapacitó y lo vio como una oportunidad de regresar a visitarle.

Al día siguiente fue lo primero que hizo. Luego de vestirse con sus mejores galas, afeitarse, bañarse en loción y bien peinado, salió directo al local de la venta de carros.

Nervioso y sin encontrar las palabras de cómo iba a platicarle, de repente en el bus público en el que se transportaba, la vio a unos cinco asientos. El corazón le rebotaba y la piel se le erizaba; era ella, su pelo largo, su atuendo ejecutivo de pantalones negros, saco negro y zapatos de tacón alto. Él, embobado, en lugar de ir a hablarle, se quedó embebido apreciándola, mientras en su mente volaban mil imágenes de poder estar junto a ella, se miraba tomado de la mano de ella caminando por las calles, en fin; sueños que ni él estaba seguro que podría concretar, y menos si él no se animaba a hablarle.

Al llegar a la parada, Roberto bajó y la siguió para darle alcance en la entrada de la venta de vehículos, tomó la decisión y le habló, con las palabras trabadas por el nerviosismo. La dama le sonrió y le dijo: “Tranquilo, no como personas” y con esta frase y la sonrisa, Roberto cayó rendido ante esa enigmática mujer.

Luego de dos horas de agradable charla, en donde se les fue el tiempo volando, Roberto cerró el negocio de dos contratos funerarios y cerró también una cita con ella para el viernes de esa semana, coincidiendo precisamente con el día de formalización de los papeles. Siendo así que la dama le dijo que le llevará los papeles a su casa cuando la fuera a traer para su primera cita.

Roberto cayó en un enamoramiento terrible, estaba cautivado esperando los días y las hay horas para la cita. Y el día llegó. Vestido con sus mejores galas se dirigió a la casa de su enamorada “llegó el momento de hacer mi vida” se dijo.

Al llegar a la dirección proporcionada y tocar el timbre, le atendió una señora que curiosamente escuchaba a Roberto respecto a la forma de expresarse de su querida dama, su enamorada. Esta señora le dijo que era la mamá de Diana, este era el nombre de su enamorada.

La mama de Diana esperó a que Roberto terminara de hablar y la señora le dijo que Diana no estaba, pero que necesitaba ver los papeles del contrato funerario que habían firmado.

La señora aún sin salir del asombro al ver la firma de su hija en el contrato, le pidió a Roberto que pusiera atención y que se tranquilizara ya que Diana llevaba un mes en el hospital en estado de coma por un balazo que recibió en un asalto de camioneta cuando estaba por llegar al trabajo, y precisamente en esa tarde en que Roberto tenía la supuesta cita, Diana había fallecido.

Roberto no daba crédito, enloqueció y salió corriendo de la casa, atormentado y asustado, cruzó la calle y súbitamente un vehículo que venía a alta velocidad le impacta fuertemente, el cuerpo por los aires, y al caer, la cabeza impacta en el asfalto. Roberto murió en el instante.



miércoles, 11 de noviembre de 2015

COLUMNA MISTERIOSA

Resultado de imagen para piso abandonadoJuancho Lucas, vecino popular en el sector de la zona once de la ciudad, que vivía sobre la avenida Carabanchel y trece calle, en una esquina que durante los años ochenta era un bar de mala muerte conocido como “la canasta”, pero que a partir de los noventas lo dejaron finalmente como una residencia normal, común y corriente.

Ironías de la vida, Juancho debía su popularidad a que era un cliente frecuente de bares de este tipo, y no había santo día que no pasara por lo menos a tomarse una cerveza y disfrutar del espectáculo, y no digamos su fama de conquistador, algunos amigos le decían “tiro loco”, porque decían que con las mujeres, disparaba a lo que se moviera.

La cosa es que en semejante residencia, Juancho vivía con su abuela, la cual estaba rondando los noventa años de edad y sufría de serios quebrantos de salud y Juancho se ocupaba de ella aunque su salario como trabajador independiente no le alcanzaba, ya que cuando generaba algún ingreso, se lo tragaba en bebida y en mujeres. Y peor aún, cuando salía rebotando de ebriedad de los bares, solo llegaba su residencia y caía rendido en el mueble de entrada que tenían como un sofá de recepción de visitas, hasta el día siguiente que despertaba con un martilleo insoportable en la cabeza y un malestar estomacal a causa de la semejante cruda por el exceso de licor del día anterior.

La abuela hasta donde sus posibilidades le daban, trataba de esconder cualquier botella de licor que Juancho tuviera al alcance dentro de la casa, pero a raíz de las dolencias de la abuela, Juancho aprovechaba para esconder botellas en los dormitorios en donde la abuela no tenía acceso, incluso en sus momentos de ebriedad en los cuales escondía las botellas y no se recordaba en donde las había dejado.

Uno de esos días en los que regresaba a su casa, agarrándose de poste en poste, encontró a una señorita a unos cuantos metros de su casa, era casi la media noche y a Juancho se le iluminaron los ojos de la felicidad. La señorita se le acercó cariñosamente y lo ayudó a incorporarse y a caminar esos escasos metros. Le ayudó a ingresar a la casa y Juancho le ofreció quedarse, a lo que ella aceptó pero indicándole que él tenía que cuidar a su abuela ya que había pasado la noche muy mal mientras él andaba de juerga.

Le dijo que debía comprarle su medicina, la cual era muy cara, que ella se había enterado de la enfermedad de la abuela por medio de los comentarios y chismes de los vecinos y esa era la razón por la cual lo estaba esperando. También le dijo que ella conoció a los que vivían en ese lugar en tiempos de que era un bar y en donde ella se enteró que en esos días en que al policía llegaba a investigar el negocio, los dueños habían escondido mucho del dinero que nunca pagaban a sus “empleados” en una falsa columna que se encontraba en el nivel superior de la vivienda. Le dijo que era vecina cercana y que su labor era ayudarle, su nombre Rosa María.

Juancho le dijo a todo que sí, le dio las gracias y trató de besar a Rosa María quien aceptó el gesto y le correspondió; en ese mismo momento Juancho quedó completamente dormido por la misma borrachera que se cargaba encima.

Al día siguiente despertó y dentro de sus malestares de resaca, lograba recordar la cita improvisada del día anterior, de la cual no se creyó nada de lo que Rosa María le contó  y mucho más lamentó el no haber podido pasar la noche con la vecina amable.

Pasaron los días y la abuela empeoraba de salud, ya no era la misma, ya no se levantaba de la cama y el medicamento era necesario. Juancho de la frustración e impotencia regresó a la bebida y buscando en sus escondites secretos dentro de la vivienda, encontró una botella que se la tragó casi de un sorbo.

Ya influenciado por los efectos del alcohol, se refrescó su memoria con el evento de Rosa María y se quedó pensando en la columna falsa; Juancho subió al piso superior, lugar que casi no frecuentaba ya que prácticamente desde que se mudaron lo utilizaron para guardar puros cachivaches y ese piso daba la impresión más de un lugar abandonado que una casa de habitación.

Al llegar al piso superior trato de encontrar una falsa columna, y en sus memoria recordó que detrás de una maceta ubicada al fondo del pasillo había escondido una botella, se apresuró para llegar al punto y encontró la botella, estaba presto a empinársela, pero al momento en que iba a tomar el primer trago, logró ver en el techo de la casa un desnivel que estaba fuera de lugar que el resto de la construcción, se acercó y con la botella le pego y el sonido fue de vacío. Rápidamente recordó el cuento que le soltó Rosa María y tomó la maceta y con un fuerte impulso la dejo estrellada contra la columna y la misma se rompió, saliendo de la misma, varios documentos y expedientes. Juancho se acercó, decepcionado ya que solo puros archivos salieron de la misma, se subió en una silla para poder llegar a revisar que más había dentro del agujero que había provocado y Lara su sorpresa había un maletín metálico, el cual lo tomó y sin mucha dificultad lo logró abrir. Para su sorpresa encontró varios fajos de billetes de a cien quetzales, que en su totalidad sumaban cerca de doscientos mil quetzales. “Ya tengo para más guaro y conectarme a más patojas” decía Juancho, olvidándose de la salud de su abuela.

Pudo más la ambición que se puso a revisar los, documentos que habían caído al momento que rompió la columna y los leyó detenidamente, ya que hablaban de órdenes judiciales de demanda y de captura a los dueños por trata de personas y por muertes de las mismas a causas de no brindarles tratamiento de salud cuando estas enfermaban.

Siguió revisando los archivos uno por uno y eran los expedientes de cada una de las víctimas de los anteriores dueños del domicilio. Sus ojos se abrieron, sintió taquicardia, se le aguardaron las piernas; uno de los archivos, al leer la información, aparecía que hace más de diez años, Rosa María Barren Campo había fallecido a causa de una sobredosis proporcionada por los dueños del negocio, y más le puso los pelos de punta al ver las fotografías de Rosa María, la misma señorita que le dio la instrucción de buscar el dinero.

Desde ese día Juancho dejó la bebida y su obsesión por vivir de bar en bar, así como su obsesión de conquistador. Se cambió de casa y se dedicó a cuidar a su abuela durante sus últimos días, sin contar a nadie esta experiencia.

@rhcastaneda

jueves, 5 de noviembre de 2015

JOAQUIN EL GOLEADOR

Resultado de imagen para niño futbolistaEn aquellos tiempos en los inicios de los ochenta; en los campos de fútbol improvisados en la 15 calle y 14 avenida en el barrio Gerona; jugaban “paritos” cuatro amigos; Guillermo, José, Juani y Joaquin, todos contaban con sus ocho añitos; no vivían cerca y sin ponerse de acuerdo, todos los días se encontraban en este punto a las cuatro de la tarde para improvisar con un par de postes, las porterías que les servirían para iniciar el juego de futbol.

Joaquin era el apetecido por cualquiera de ellos para que fuera su pareja, ya que a pesar de su edad jugaba como los grandes; tenía dominio de balón y una pegada magistral, balón que pateaba lo colocaba en el ángulo. A pesar de sus habilidades que sobrepasaban a la de los otros tres amigos, nunca perdió la humildad y siempre le agradecía a Guillermo, José y Juani el que siempre se presentaran puntuales a la cita diaria y ponerse a jugar y siempre finalizar a las seis de la tarde; hora en la que cada quien se dirigía a su hogar.

Cuando el barrio se fue poniendo peligroso, muchas familias decidieron cambiar de lugar de vivienda, siendo justamente las de Guillermo, José y Juani; de Joaquin no se enteraron ya que al parecer él era el que vivía en las afueras del barrio y ya ni tiempo tuvieron de llegar a la cita del jugo y ni mucho menos despedirse de él.

Pasó el tiempo y por cosas del destino estos tres amigos coincidieron en la institución educativa en donde cursarían los últimos dos años para el cierre de su carrera de nivel medio. Ya contaban con quince años de edad, se habían afianzado como grandes atletas y perfeccionaron su nivel de fútbol. En uno de esos ataques irreverentes de adolescentes decidieron recordar viejos tiempos y regresar a su querido barrio Gerona a buscar el terreno en donde hacían el campo improvisado.

Luego de siete años de haberse mudado y no haber regresado a Gerona, luego de salir del instituto a eso de las dos de la tarde, tomaron una camioneta que los dejaría en la esquina de la entrada del barrio, a escasas dos calles de donde se reunían para jugar fútbol.

La decepción fue tal al llegar, que cuando encontraron el terreno en donde jugaban de niños, ya no era “aquel” terreno; ahora era un predio de carros abandonados que confiscaba la policía nacional. Pero aun así decidieron arriesgarse y a media calle se dispusieron a jugar ellos tres, ya que de Joaquín ya no supieron desde que se fueron.

Transcurrió la tarde y los tres hacían tiros hacia una malla toda oxidada que servía de portería, cuando en un instante, Juani pateó desviado y la pelota se dirigía hacia un terreno privado cuando apareció un niñito de ese terreno de aproximadamente ocho años, tomó el balón y lo pateó con fuerza hacia la malla, con un tiro soberbio de antología.


Los tres amigos se quedaron viendo sorprendidos a aquel niño, que con una sonrisa les dijo: “gracias amigos, han sido los únicos amigos que no se han olvidado de mí; regresen pronto, acá siempre los esperaré”. Era Joaquín, quien les dio un adiós con la mano y salió corriendo hacia el terreno privado desvaneciéndose en el atardecer.